martes, 4 de marzo de 2014

Cenas en la bodega

De cuando era niña recuerdo las noches de sábado en el pueblo y cada una de sus respectivas cenas en la bodega. Unos pocos subíamos a las 8 de la tarde, con la ropa vieja y las chaquetas que encontrábamos por casa para escapar del frió y del humo, siempre en la furgoneta de mi tío hasta arriba de cosas. Y mientras unos limpiábamos la mesa y los cubiertos, los demás encendían la lumbre en la chimenea y comenzaban a preparar la cena. 
Para cuando el resto llegaba andando sobre las nueve de la noche, ya aquello estaba templado, el café preparado para poner al fuego y la mesa puesta. Solo quedaba sentarnos en aquella gran mesa de madera, en aquellas sillas que casi siempre estaban cojas y con el sitio justo ya que eramos bastantes, nos llegábamos a juntar unos quince cada vez que subíamos. Pero eso de cenar apretados, en ocasiones, se llegaba a agradecer, sobretodo cuando el fuego no era muy fuerte, cuando fuera hacía frío y cuando los braseros con los que tantas veces nos quemamos las zapatillas, ya no guardaban el calor de las brasas. ¿El menú?, casi siempre el mismo: Patatas cocidas con sepia y mucho caldo, daba igual la de veces que exigiéramos un cambio de menú, nada mas apartar la gruesa y pesada manta de lana que separaba las escaleras que bajaban desde el caseto de lo que era el comedor, sabíamos cual iba a ser nuestra cena. De vez en cuando llegaba algún postre sorpresa para tomar con el café, las menos de las veces, un café fuerte, lo recuerdo negro y cargado, al que solo se le quitaba el amargor con el azúcar húmedo que guardaban en el armario de madera de los cubiertos. Después siempre sacaban algunas botellas, de algunas aun guardo la imagen: una llevaba una rama de romero, otra un lagarto... la mayoría quedaba intacta encima de la mesa por que entre risa y risa se olvidaban de su existencia. Y siempre esperábamos la actuación especial: la queimada gallega. Recuerdo que muchas veces había algunos que se quemaban la boca y la garganta por no esperar un poco después de terminar aquel conjuro, con ritmo monótono y gallego poco tradicional que daba fin a la noche.
Muchas veces se nos ha echo tarde, muy tarde, recordando viejos tiempos del pasado, contándonos las cosas del presente y haciendo nuevos planes para el futuro. Acabábamos bajando a esto de las tres o cuatro de la mañana algunos que se atrevían a subir el coche hasta allí en coche, otros en la parte de atrás de la furgoneta de mi tío en la que hemos echo el trayecto hasta casa demasiada gente junta o si no a tientas, a oscuras por el camino empedrado que baja de las bodegas. 
En ocasiones se extraña hasta aquello de pasarse horas limpiando cubiertos para todos, hasta pasar frío y quemarse las zapatillas, hasta repetir menú cada vez que pisábamos aquel lugar, se echa de menos hasta el rasparse las rodillas en alguna que otra caída del camino de vuelta. Paseos que dejaron huellas en la piel, pero ahora yo no duelen, ahora te hacen sonreír.

Supongo que muchos de vosotros habréis vivido algo parecido o lo disfrutareis actualmente, y por eso entenderéis esto que os cuento. ;)

3 comentarios:

  1. Nosotros, en mi pueblo (Villabrázaro) llevábamos para merendar un pulpo riquísimo que nos preparaba Esperanza, la de la "cantina". No he vuelto a probar un pulpo tan bien preparado como aquel. ¡¡¡Riquísimo!!!. Lo acompañábamos con alguna que otra cosilla. Por lo demás, todo mas o menos igual. ¡Que tiempos!.

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    1. En la bodega de la familia, si no recuerdo mal, también hubo alguna vez pulpo a la gallega para picar, hecho por mis padres con la receta típica de aquí (según me han comentado allí se hace de distinta manera a como es la forma tradicional de aquí, de Galicia), aunque con todos los que eramos tocaba a poco por cabeza. ¡Abajo, en la bodega, todo sabia distinto y mas cuando se cocinaba en el fuego!

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  2. Aún sigue haciendo ese pulpo pero ahora, la muy "egoísta" solo lo hace para su familia.

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